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A mis parientes en España

31/12/2012 04:00 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

P or Diego Alarc ón Donayre image Sé que tan pronto como hayan leído esto ustedes estarán ante dos situaciones adversas, contradictorias: O negarán, quizás con rabia, tan superflua y presuntuosa manifestación, o, aunque parece improbable, asentirán con humildad estas líneas de un menor que ante ustedes se presenta con aparente arrogancia (que no existe, en verdad).

Ustedes viven lejos, tan lejanos como parecen nuestros lazos familiares. Lejísimos. Pero los caprichos del vaivén histórico me acerca a ustedes, no para darles lecciones de moral o economía, sino, menos ambiciosamente, para contarles mis experiencias, aunque, a primera vista, puedan éstas parecerles tan inútiles como inapropiadas.

Como que la curiosidad es la madre de lo extraño y lo improbable, hoy nos encontramos, ustedes y yo, posicionados en dos parcelas del globo que no sólo comparten el lenguaje y lo picaresco sino también las virtudes y los errores de sus habitantes. Años de historia, pues, unen a estas pintorescas naciones, y, para ser sincero, su país actual nos lleva un peldaño en el orden jerárquico que se desprende de la lógica de los libros de historia. La madre patria y el imperio de los incas, en ese orden, son nuestros hogares. Aunque debe advertirse que tan rimbombantes epítetos parecen hoy bastante lejanos de lo que la realidad muestra.

Hoy, ustedes, ciudadanos españoles y familiares míos, sufren las consecuencias de haber bebido tanto almíbar de ilusiones. Hoy vomitan realidad. Reniegan de sus gobiernos, tanto el actual como los pasados, y proliferan en su pueblo las buenas intenciones que, curiosamente, son la causa de su triste situación. Día a día se preguntan cuándo terminarán sus penurias y, por lo tanto, cuándo también volverán los tiempos de auge y derroche que, creyeron, les eran propios por derecho natural. Cansados están y los látigos de la crisis ya empiezan a tocarlos. Y les duele. Fuerte. Reniegan, por supuesto, de que a ustedes les haya tocado ese dolor; pero las leyes económicas no hacen distinción.

Yo los veía regocijarse de su situación cuando niño era. Y creía que siempre sería así, como también admitía, en mi pueril lógica, que el lugar en que vivía siempre estaría apestado por dictadores, psicópatas redentores y el tercermundismo pintoresco que veía alrededor y afloraba sin cesar, espontaneo. Ahora, creo, tan solo la última de las anteriores características mencionadas sobrevive. En el Perú de hoy las gentes parecen sufrir un extraño brote de optimismo. Yo no niego por completo que las cosas han cambiado. Pero no creo en la esperanza. No soy tan imbécil.

Así, diametralmente contrarias eran nuestras vidas. El contraste entre la pompa y la parafernalia de su país y la pobreza e injusticia del mío era, por momentos, desolador.

Pero el mundo da vueltas .

Como les decía, hoy sufren las consecuencias de las buenas intenciones que tuvieron sus gobiernos. Estado del bienestar, le dicen. Bienestar, sin embargo, cimentado sobre el error y la ignorancia, cuando no en la maldad. Y es que, vamos, no me nieguen que les gustó mucho la idea del "bien común", porque, en serio, ¿me negarán acaso que el bien común no es sino el bienestar individual de unos pocos? En fin. Iba a contar mis experiencias, les dije. Veamos.

Yo soy un joven – que no sabe nada del mundo, según dicen los viejos–, un joven que, por algún extraño "fenómeno biológico o astrológico", no es socialista. Y un joven que estudia en una universidad pública, lo que hace más inverosímil esta historia. Pero es verdad: A uno de sus parientes le gusta la política y no es socialista; es libertario (¿y libertino?). Sé que la palabra libertario los puede asustar porque, de entrada, puede evocar a un joven de barbas rebeldes arrojando bombas molotov en las pistas. Pero no. Tranquilos. El libertarismo es todo lo contrario, es decir, voluntario y pacífico.

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El transito a estas ideas no fue fácil. Uno puede llegar a la conclusión que todo lo que aprende en la escuela no es sino adoctrinamiento estatista y asimilación de la servidumbre. Así, estas ideas –libertarias– me llevaron a pensar que lo "obvio" y aceptado por las masas no es, a menudo, correcto; que los lugares comunes, además de ser estúpidos, son herramientas de dominación.

Y así fue aprendiendo, y aunque creo no saber mucho todavía, pude llegar a un conjunto de ideas y principios que podríamos resumir de forma tan sencilla diciendo que la gente haga lo que mejor le parece sin hacer daño a los demás o que cada uno disponga de su propiedad como mejor crea sin utilizar la agresión. Así de simple.

Esto, que parece tan general –y tan caústico para las mentes acostumbradas a la opresión–, esto, les digo, se puede utilizar para interpretar los variados y particulares escenarios que la vida en sociedad ofrece. Vamos de lo contingente a lo necesario.

Aprendí, por ejemplo, que cuando más regulamos el accionar de las personas, siempre lo que se produce resulta contraproducente. Las drogas son el ejemplo por antonomasia. Aprendí también que las buenas intenciones no cuentan; el camino al paraíso está pavimentado de ellas. Asimismo, entendí que cuando la gente comercia según sus particulares intereses el producto es el bienestar de todas las partes, es decir, que los vicios privados son virtudes colectivas. Pero quizás la mayor enseñanza que he adquirido en esta corta pero muy productiva juventud, es que siempre hay que desconfiar de aquellos que creen que pueden planificar nuestras vidas mejor que nosotros mismos, a desconfiar de aquellos que quieren implantarnos la solidaridad a punta de balazos y represión, a desconfiar de aquellos que prometen el paraíso en la tierra utilizando como medio la violencia.

Sé que ustedes estarán pensado que todo cuanto les he dicho ya lo están viviendo. Sé que ustedes creen que España es un ejemplo de "capitalismo salvaje". Sé también que creen que por tener un gobierno de derechas el Estado se reducirá hasta la magnitud necesaria para salir de la crisis. A lo mejor no creen en eso y yo, felizmente, me estoy equivocando. A lo mejor ustedes también creen que el intervencionismo estatal es tan tóxico venga de donde venga, de derechas o de izquierdas. Eso realmente me reconfortaría porque sería la muestra de que todavía existe lucidez en un país en donde, al parecer, todos están siendo infectados por el socialismo parasitario.

Pero si yo estoy en lo cierto, y ustedes tienen las mismas creencias que los desadaptados que salen a marchar en contra del paro e insultan a todo el que quiere trabajar, permítanme decirles algunas palabras. En primer lugar, que el sistema en el que su pueblo (sobre) vive no tiene el menor derecho de atribuirse el término "capitalista". En todo caso, lo que ustedes están viviendo es una caricatura de sociedad libre, un híbrido que está más cerca del pan y circo romano que de la Inglaterra de la revolución industrial. En segundo lugar, me es necesario decirles que reducir el Estado no es tan malo como los "optimistas sin escrúpulos" que publican diariamente en los periódicos les dicen. (Un dato curioso es que los "catastróficos" recortes que tanto denuncian los buscadores de rentas de los sindicatos no son sino tímidos y pequeños de intentos de ser coherentes. Ya se endeudaron, y disfrutaron del dulce derroche y la fiesta Estatal, ahora hay que pagar. ¡NO HAY ALMUERZO GRATIS!). Asimismo, la privatización no es esa demoniaca iniciativa que los estatistas les venden. Luego, todo ese mito de que si el Estado no brinda un servicio nadie más lo hará es eso: un mito. Y lo digo con la autoridad de haber escuchado las historias que versan sobre las penurias y heroicas batallas que tenían que sufrir los hidalgos ciudadanos peruanos para conseguir un teléfono en los 70 o los 80. Y, por último, que no fue la avaricia o la codicia lo que produjo la crisis en la que hoy viven. Fueron, por el contrario, las dádivas "bienintencionadas" del gobierno para concederles créditos, y los medios que utilizaron para brindarlos, los que crearon ese espejismo que produce la inflación crediticia y, luego, la crisis correspondiente.

No es el ánimo de mostrarles cuán liberal soy lo que le me ha movido a escribirles estas líneas. Ha sido, en cambio, el afecto a ustedes y el amor a la verdad lo que me ha motivado a hacerlo. No sé cuántos de ustedes lean esto. Si son pocos o muchos tampoco hay mucha diferencia. Sé que ustedes no pueden cambiar tan denigrante y mastodóntico sistema en el que viven. Espero, sin embargo, que de algo les pueda servir esto que, con tanto afecto hacia ustedes y visceral desprecio al estatismo, les he escrito.


Sobre esta noticia

Autor:
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Fuente:
catarsisyharakiri.blogspot.com
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Tipo:
Reportaje
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