Me cabrea que se pase la vida en el guasap, cada vez que entra el sonsonete se pone como loca a leer y a responder. Todo el tiempo leyendo y enviando mensajes sin parar.

Como esta noche no desconecte en el concierto, capaz soy de estrangularla. También le digo que ponga cuidado con las fotos que cuelga. Me enseñó una de Marcelo con el pene a tope y me dijo ¿por qué no hacemos un trío con este? Yo, ni corto ni perezoso, le mostré el selfie que se había hecho Jennifer en la ducha y le dije: ¿y por qué no hacemos el trío con esta? No sabe entender las bromas, encima la tía se cabreó, hay que joderse. Otras veces dice: cómo puede ser que esta cabrona no me responda, si sale que ha recibido el mensaje. Yo le digo: tal vez está haciendo otra cosa, y olvídate de contestar al momento. Pero ni caso.

Le cuesta desconectarse, dice que no duerme, y cómo va a dormir si no apaga. Tenemos que hablar. ¿De qué? le pregunto. De que ya no me miras como antes. ¡Pero qué dices!, le respondo. ¿A quién crees que miro? Anda, niña. No seas tontita. Imbécil serás tú, sí, más que imbécil. Y la que se armó. Vaya época más tonta. Corto la comunicación. De noche me manda hasta treinta mensajes. Me dice que no se fía de mí y también me pongo nervioso con esa cantinela. Dice que yo la controlo, cuando es ella la que quiere saber cada paso que doy. Me agobio cuando veo la última hora a la que se ha conectado. Me agobio mucho más cuando está en línea a pesar de que es hora de curro. Y me pongo a abrir cuando no tengo mensajes nuevos, pero abro por si acaso Jennifer está ahí. Y ya no duermo porque creo que Paula me la está pegando con Marcelo, así que yo se la voy a pegar con Jennifer. Y que pase lo que pase. Esta noche, que compartimos cama de matrimonio en un hotel, va y se refugia en el baño para seguir con la matraquilla, debe estar comunicándose con todas sus amigas y sus amigachos, tan dispuestos siempre a rescatarla. No sé qué puedo hacer. De momento, le he escondido el cargador del móvil. A ver si se aburre.