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Parafraseando la tan conocida expresión de la Ilustración, podríamos ahora decir: “Todo para (o por) los votantes…pero sin los votantes”
El título de esta reflexión podría, tal vez, ser más ilustrativo si lo cambiamos por: ¿Estamos locos, o qué?
Me explico: En las penúltimas elecciones generales de abril de 2109 los dos partidos más votados obtuvieron en conjunto un total de 189 escaños en el Congreso de los Diputados, lo que representaba una clara mayoría al reflejar la elección de prácticamente 12 millones de votantes (45% de los votos válidos emitidos).
Como eso no parecía suficientemente claro para la sociedad española (políticos, medios e, incomprensiblemente, los propios votantes) y ante la imposibilidad de formar un gobierno de coalición o cooperación con menos soporte en las urnas, como se intentó durante seis meses, se convocan nuevas elecciones, las del 10N.
Los votantes aclaran las ideas: En las elecciones del 10N repiten como los dos partidos más votados los mismos que en las elecciones de abril y totalizan 209 escaños en el Congreso de los Diputados (casi 11% más que en abril), una holgada mayoría “absoluta” que representa la elección de casi doce millones de españoles expresada en las urnas (49% de los votos emitidos).
No obstante lo anterior, se sigue buscando una fórmula de gobierno que ignora lo indicado en las urnas y se pone en marcha un conjunto de consultas a los “inscritos” de una serie de partidos con pequeño soporte en las urnas: el que más con 35 escaños, por cierto, 7 escaños menos -un 17% menos- que en las elecciones de abril.
El resultado, en la práctica, es que el gobierno de España va a ser decidido, como máximo, por un 0, 58% de la población, en contra de lo que ha expresado prácticamente el 50% de los votantes en las urnas.
El aparato del estado asegura en las elecciones generales todas las garantías en las votaciones y la veracidad y exactitud de los resultados
En consecuencia, parafraseando la tan conocida expresión de la Ilustración: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, podríamos ahora decir: “Todo para (o por) los votantes…pero sin los votantes”.
La cifra del 0, 58% parece sorprendente, pero, desafortunadamente, es real: En las consultas de estos días han votado: 11.603 inscritos de IU, 5.953 inscritos de ERC, 103.000 inscritos del PSOE, 6.415 inscritos del PSC, 134.760 inscritos de Podemos, 7.358 inscritos de Galicia en Común y 3.703 inscritos de En Comú Podem. En total 273.000 personas van a decidir por los 35 millones de españoles con derecho a voto.
Fuente: El Confidencial (Actualizado: 27/11/2019 17:10)
Es decir, el voto de cada uno de esos “inscritos” vale tanto como el de 128 ciudadanos. Esta es la verdadera élite que dirige nuestros destinos (¿la casta?).
En resumen: los millones de votantes expresan claramente por dos veces en seis meses su voluntad, pero los partidos y el conjunto del sistema se la pasan por el arco del triunfo y ponen a votar a los “inscritos”, que ni siquiera se sabe con certeza si son afiliados, militantes, simpatizantes o votantes. Lo que sí se sabe es que son menos del 1% del total de la población. De esos “inscritos” votan, con las garantías que sean, unas 273.000 personas, el 0, 58% de la población y alrededor del 90%, con las garantías que sean, están de acuerdo; faltaría más. Luego, los partidos jaleados por los medios hacen lo que dicen que ha dicho que se haga ese 0, 58%.
¡Tela!: menos del 0, 6% de la ciudadanía decide lo que se hará en un asunto tan grave como la formación de una coalición de gobierno.
Conviene además tener en consideración que el aparato del estado asegura al máximo que el proceso de las elecciones generales se realiza con todas las garantías de fiabilidad y libertad en las votaciones y también garantiza la veracidad y exactitud de los resultados.
25 millones de votantes expresan claramente por dos veces en seis meses su voluntad, pero el sistema pone a votar a los “inscritos”, que son menos del 1% de la población
Ante lo expuesto no cabe otra reflexión que la formulada en la propuesta para título alternativo al principio de esta nota: ¿Estamos locos, o qué?