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A Francesca Woodman (1958- 1981) la descubrí en la Tate Modern, la galería de arte moderno de Londres, allá por el 2007. Su sobrecogedora exposición de dieciocho fotografías es permanente, originales que pertenecían al que fuera su novio. Instantáneas que recogen su desnudez y la de otros, con una clara influencia del surrealismo, simbolismo y la pintura barroca.
Recuerdo que las series fotográficas eran de formato pequeño, ya que Woodman -empezó a fotografiar con trece años- exploraba las partes del cuerpo en su relación con el entorno y en ocasiones desdibujaba siluetas para darles apariencia fantasmal. De ahí su elección de este tipo de formato, para darles un tono intimista y en ocasiones claustrofóbico. Es evidente que expresaba estados mentales inquietantes, culminando con su propio suicidio a los veintidós años, y dejando un legado artístico indiscutible e inigualable.
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