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"El hoy fugaz es tenue y es eterno; otro Cielo no esperes, ni otro Infierno." Jose Luis Borges
Por: Iván Budinich Castro
Quizás el legado más duradero y el único rescatable de la crisis de la aciaga década de los 80´s es el descreimiento absoluto de la política. Por supuesto que no se trata de un fenómeno en absoluto local, el quiebre de las ideologías y el auge de la globalización tienen su parte. Las nuevas generaciones son apolíticas en grado sumo. En nuestro país sin embargo lo que vivimos tuvo un cariz muy especifico, la década de los 80´s significo el fracaso de la política sin atenuantes personificado en las gestiones de Acción Popular y el APRA mientras desde la izquierda radical de Sendero Luminoso colocaba nuestras cabezas al borde del abismo polpotiano.
No es extraño entonces que en los 90´s s fuera la década de la antipolitica por excelencia y el viejo discurso antipartidos que ya existía en nuestra sociedad desde inicios del siglo XX y se llego a institucionalizar en el Velazcato con el Sinamos retornara una vez más y en aquella ocasión respaldado por hechos incuestionables. En los 90´s creímos sin atenuantes que de la política no cabe esperar nada, que ninguna utopía resulta razonable, que las promesas electorales no se cumplen y que un político a lo más que puede aspirar es a ser un buen gerente.
En esa atmosfera los discursos políticos vigentes volvieron caduca la poesía belaundista o la hemorragia oral de García. El discurso fujimorista prefería como el odriismo expresarse en hechos antes que en palabras, en esa línea, quizás el ex alcalde de Lima, el popular "MUDO" Luis Castañeda Lossio, sea el heredero más logrado de la impronta política noventista.
Con estos antecedentes por delante, es común que el discurso de cada mandatario de la era postfujimorista haya sido y parecido solo un recuento de palabras vacías útiles solo para que las huestes de base del partido en el gobierno, sueñen con la idea de estar ante el germen de la gran revolución que llevara el país directo al primer mundo. Para el resto de nosotros sufridos mortales, alejados de la ubre del presupuesto estatal y librados a nuestras propias fuerzas para progresar, el discurso presidencial es una vieja tradición de antaño donde el presidente de turno cree engañarnos y nosotros los engañamos haciéndole creer que nos engaña. Lo que más podemos agradecer de un discurso presidencial dicho normalmente con pésima dicción y nula capacidad oratoria (excepción de García que no por eso aburre menos) es que sea breve.
En el caso especifico del presidente Ollanta Humala, si alguien esperaba tal cosa como una arenga heroica o un schock de optimismo como en el caso de Aldo Mariategui ?tal parece que con algún perverso sarcasmo-es demasiado, Ollanta Humala no es el héroe weberiano que vaya a romper las estructuras de lo establecido, ni siquiera tiene la capacidad de salvaguardar la buena marcha del piloto automático. Es en buena cuenta como pedirle sandias a un árbol de eucalipto, simplemente no es posible.
Quien en estas épocas vea todavía que hay una esperanza en la política es muy ingenuo, la más que podemos hacer en torno a ella es limitarla, sitiándola desde la esfera de la sociedad civil o ingresando a ella para impedir que los políticos populistas manipulen las expectativas de ingenuos o desinformados en pro de proyectos sin futuro. La política es necesaria, pero es solo un mal necesario.
¿Qué es lo más interesante del discurso de Ollanta Humala? Las medidas reactivadoras, la ampliación del gasto en salud, de lo demás nada. Eso sí, deja un cierto olor a campaña, como si el proyecto Nadine 2016 no hubiera sido descartado del todo, más todavía con la presencia de allegados de la primera dama en las diferentes instancias públicas, sería muy extraño que esta alternativa no se juegue siendo la única carta del cada vez más fragmentado partido nacionalista para evitar sufrir la consabida debacle posterior al mandato presidencial.