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El guerrero ha muerto.
Su corazón ha dejado de latir.
Se ha parado en silencio.
Se ha ido discretamente.
Cansado de batallar.
Agotado por el dolor eterno de heridas incurables.
El guerrero nos ha dejado.
Sin llamar la atención.
De "puntillas", suavemente, sin hacer ruido.
Harto de luchar.
Después de tantos y tantos combates.
Contra espadas, puñales y flechas.
Contra enemigos de carne y hueso.
Contra los fantasmas y los molinos de viento.
Aburrido de guerrear.
Consumido por el esfuerzo en luchas interminables.
Con la mochila cargada de objetivos cumplidos.
Y de sonoros fracasos.
Con risas y llantos.
Con orgullo y frustración.
Con agua y fuego, azúcar y sal.
El guerrero ha arrojado la toalla.
Su corazón ha dicho, ¡Basta!
Y no hubo enemigos emboscados.
Ni falsos amigos.
Ni tampoco puñaladas traperas.
Ni mucho menos, damas imposibles.
Solo una fue la derrota final del guerrero.
Cuando se miró al espejo.
Y vio la cara de su peor enemigo.