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La sobre exposición de la política ha parido una criatura acorde con la levedad de los tiempos: el opinólogo. De un tiempo a esta parte, este personaje ha tomado por asalto las columnas de los diarios, los micrófonos de las radioemisoras, los comentarios televisivos de la noticia-espectáculo y las redes (anti).
Autor: Carlos Meléndez
Fuente: Diario Perú21
El opinólogo es un comentarista activo del acontecer, del hecho relevante, banal o de la casualidad. Entrenado en cualquier oficio que permita la práctica del verbo escrito o hablado, es un ensayista de especulaciones, creativo con las hipótesis y sofisticado con los rumores. Algún giro dramatúrgico o metáfora desabrida (que lo llevaría al ridículo en cualquier género literario) le concede un halo de autoridad suficiente para convencer al despistado o desinformado.
El opinólogo es el relevo del intelectual público en el país de los rectores universitarios que no leen. Es el fast-food de las ideas; difícilmente publicará un libro. La profundidad de su conocimiento es mínima pero la pluralidad de su repertorio es intimidante. Puede anunciar el próximo golpe de Estado, el descenso de un punto en la encuesta semanal hasta el conflicto en Crimea. Venezuela y Cuba son clásicos bajo la manga.
Tiene agenda propia. La visibilidad mediática le otorga llegada a políticos, candidatos, cooperación internacional, claustros universitarios. Funge de agitador, consultor, publicista, catedrático. El subtipo "opinólogo indignado" es favorito de la izquierda; mientras el "políticamente incorrecto" es clasificado de derecha por default.
El mérito principal de este oficio en crecimiento es enmarcar las acciones y omisiones de los políticos y elevarlas a categoría de crisis o atentado contra la democracia. Ahí radica su éxito y su antipatía.