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Algunas hipótesis sobre el desarrollo humano a partir de los sucesos de la Huaca de Dragón y su relación con un despido injustificado
Pocas semanas antes de concluir el 2009, el colegio donde estudia mi hijo se vio sacudido por una pugna cuyas raíces estaban asentadas en un aspecto oculto de la mentalidad nacional. No fue sino hasta hace unos dias que descubrí la asociación. Miembros del consejo directivo del colegio acusaban a la directora de ser demasiado blanda al momento de aplicar las normas de disciplina. Se le culpaba de permitir que algunos alumnos exhibieran un largo de cabello desmesurado para los estandares de disciplina y que tal margen de liberalidad podía soliviantar a los niños y niñas “normales”. Aunque la vehemencia de sus reclamos superaba largamente el número de los acusadores, la demanda ganó fuerza, mas por su persistencia que por la inteligencia de sus argumentos. A pesar de opiniones que recordaron el enfoque liberal y la misión progresista del colegio, el incidente concluyó con el despido de la directora de uno de los pocos colegios limeños conocidos por fomentar el pensamiento libre de sus estudiantes.
-Son pocos pero son-, pensaba yo recitando a Vallejo aún sorprendido por el golpe de estado. Me alarmaba sobre todo la simpleza del razonamiento de quienes se quejaban de los reclamos de sus hijos preadolescentes como un signo inaceptable de la relajación de los controles. ¿Cuánto riesgo puede representar para la autoridad paterna la opinión libre de los niños? ¿Qué peligro supone la capacidad para tomar decisiones de los adolescentes?
Como consultor especializado en temas sobre desarrollo humano estas cuestiones me mantuvieron en vilo por varios días. Entonces decidí tomar el toro por las astas. Un estudio de opinión en la población del cono norte de Lima me dió la oportunidad de indagar por algunas cuestiones fundamentales: ¿es la población limeña proclive a promover la libertad de los niños, o mas bien tiende a controlar y preferir la mano dura en la crianza? Decidí colocar una escala de opinión en el cuestionario a aplicar a una muestra aleatoria considerable y esperar los resultados.
Estas preguntas me embargaban, justamente cuando apareció el video sobre los actos vandálicos de adolescentes inadaptados en la Huaca del Dragón en Trujillo. Me dejó atónito, como dándole la razón a quienes abogan por poner mano dura hacia los adolescentes. Amigos educadores desde un prominente blog intentaron explicar este afán de exhibicionismo vandálico como un desfogue frente al control y la invisibilidad al que son condenados los adolescentes en nuestro país.
Para educar en libertad liberarnos de esa zona gris de la mentalidad que supone que se aprende de los discursos, de la lexicografía y de las reglas externas
Nuevamente, la tensión suprema entre la opción a la libertad y la tendencia al control desmesurado. Los resultados de la encuesta llegaron para confirmar mis temores.
Cuando a los encuestados de dos distritos del cono Norte se les pregunta si están de acuerdo con cuatro afirmaciones que representan distintos estilos de crianza en función de la predisposición al ejercicio de la libertad o de la mano dura, el 38% de ellos considera que los padres deben dar alguna o mucha importancia a la libertad en la crianza de sus hijos. Mientras que el 61% considera que deben ser estrictos y poner principalmente mano dura. Si nos guiamos por estos datos, la mayoría de los padres en Lima, en la práctica enfatiza el control y la dureza hacia sus hijos. Sin embargo, los resultados que vemos en la via pública mostrarían lo contrario.
Entonces, ¿no será que justamente es la sofocación de la libertad de los adolescentes lo que predispone a muchos de ellos hacia la transgresión? Otra comentarista del mismo blog coincidiría: “un joven que no tenga instalada una psicopatía se inclina a transgredir socialmente porque en ello busca un reconocimiento que hasta ese momento no ha llegado a su vida”.
La hipótesis entonces se refinaría así: cuantas menos oportunidades tenga un adolescente a expresarse y a tomar decisiones saludables en sus ambientes naturales, mayor será el riesgo de que busque salidas absurdas y transgresoras. El aprendizaje que un joven logra al tomar decisiones en su hogar o en el colegio, es imprescindible para la integración de personalidades saludables. No es con prohibiciones y sanciones como se puede educar el criterio propio, es con el ejercicio mesurado de la libertad y la oportunidad de asociar la calidad de las decisiones propias con los riesgos. Muchas veces los adultos nos dedicamos a repetir el aforismo “los derechos de unos acaban donde comienzan los derechos del otro”. Lo mismo tenemos que aplicarlo en este caso: el derecho de controlar a nuestros hijos acaba donde comienza su derecho a tener experiencias significativas para autorregular su conducta. La manera mas eficaz de educar el criterio propio es tomando decisiones. Para ello primero tenemos que liberarnos de esa zona gris de la mentalidad nacional que supone que se aprende de los discursos, de la lexicografía y de las reglas externas.
Para que un país contribuya al desarrollo humano de sus jóvenes necesitamos dar oportunidades para tomar decisiones, y vigilar que esos aprendizajes ayuden a construir personalidades equilibradas y saludables.
Si nos guiamos por la encuesta, la mayoría de los padres en Lima en la práctica enfatiza el control y la dureza hacia sus hijos