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Tres acontecimientos específicos y las consecuencias derivadas de ellos han marcado el desarrollo de la historia mundial desde finales del siglo XIX
Durante el siglo XX y lo que va transcurrido del XXI, se han producido múltiples acontecimientos que han sido el origen de transformaciones que han cambiado el mundo en todos los ámbitos en una medida mayor, seguramente, que en todos los siglos anteriores desde la aparición de las primeras civilizaciones. Sin embargo, hay tres acontecimientos que, a mi modo de ver, han sido especialmente relevantes es ese sentido.
El hundimiento del acorazado Maine; origen aparente de la guerra de Cuba en 1898. Norteamérica lo atribuyó a una acción terrorista de España (que no estaba en guerra con Norteamérica) y declaró la guerra a España, que, como “más vale honra sin barcos que barcos sin honra”, aprovechó para “renovar” su flota obsoleta, empezando por el desguace de la que tenía, con la colaboración entusiasta de Norteamérica. La consecuencia inmediata fue la liquidación de las posesiones españolas de ultramar y, de paso, Cuba se convirtió en el burdel del Caribe, durante 55 años, y, a continuación, como daño colateral, en dictadura marxista durante otros 60 años, y sigue, aunque últimamente algo atenuada.
El bombardeo de Pearl Harbour, en 1941. Ataque alevoso y, por completo imprevisible, de Japón (sin declaración previa de guerra a USA), que no dejaba otra salida que la entrada de un nuevo aliado en la II Guerra mundial. Consecuencia inmediata: se acaba la guerra en Europa en poco más de tres años. Daño colateral: se lanzan dos bombas atómicas "pequeñitas" (las que había a mano, afortunadamente) y se acaba la guerra en el Pacífico. Se abre la puerta a la guerra fría, que, en 1962 está a punto de convertirse en caliente con la crisis de los misiles de Cuba, que dura, prácticamente, hasta 1990 (caída del muro de Berlín).
Las armas de destrucción masiva en Irak, que hicieron inevitables la alianza de las Azores (el eje del bien), contra el “eje del mal”, y los bombardeos, televisados, de Bagdad y otras ciudades de Irak (con evacuación previa de los ciudadanos civiles inocentes, por supuesto), la invasión de Irak en 2003 y la posterior caída de Sadam (a quien, por cierto, habían puesto en el poder algunos países desarrollados), con el inevitable saqueo de los principales museos del país y la interminable guerra de Irak (que todavía sigue, aunque ya casi no sale en el telediario), y también Afganistán. Estos acontecimientos, además de propiciar los atentados de Nueva York (2001), Madrid (2004) y Londres (2005), entre otros, fueron el caldo de cultivo para la aparición de DAESH (o “el autodenominado estado islámico”, como dicen los telediarios); muchos cabecillas de DAESH eran los oficiales del desmembrado ejército de Sadam. Como sabemos, DAESH ha crecido y se ha desarrollado y fortalecido con la Primavera Árabe, ocurrida en 2010, y que, en sus inicios parecía bien vista por los países desarrollados, que, por otra parte, habían apoyado cuando no instalado, a los dictadores a derrocar. De momento, efectos de la Primavera Árabe son la sustitución de dictaduras por caos absoluto en algunos países del norte de África, la guerra de Siria y la llamada “crisis de los refugiados”.
El gran desafío está en acabar con DAESH sin convocar la Décima Cruzada (otra “guerra santa”, como la yihad) y que, en clave del siglo XXI, equivale a desencadenar una Guerra Mundial
El siguiente episodio está por venir, pero parece que estará relacionado estrechamente con la aniquilación de DAESH, como ha planteado Hollande. Sin embargo, esa aniquilación estará entrelazada con la continuidad y posiblemente la expansión del comercio y suministro de armas (a través del mercado ilegal) a DAESH y con el comercio y compra de petróleo barato (a través del mercado negro) a DAESH, así como, probablemente, de la adquisición (también en el mercado negro) y a precio de saldo de las obras de arte (que por muy blasfemas que sean, a criterio de DAESH, no les impide venderlas) procedentes del saqueo de monumentos milenarios y museos ubicados en los territorios que ya forman parte del escenario de la guerra entre la civilización y DAESH, a los que, con seguridad, se irán uniendo otros durante el proceso.
En consecuencia, a estas alturas, parece inevitable que, desafortunadamente, los países desarrollados (sean cuales sean sus sensibilidades religiosas) tendrán que emplearse a fondo en la lucha contra DAESH a corto plazo, pues, en otro caso, es muy posible que sean devorados por el monstruo que ellos mismos han ayudado a crear y están alimentando. Sin embargo, al mismo tiempo que se desarrolla esa lucha, que convendría fuera lo más breve posible, es imprescindible no escatimar esfuerzos en la búsqueda de un posible camino para tratar de resolver la situación, a medio/largo plazo, desde luego, pero que debería de irse planteando y preparando desde ahora mismo.
En todo caso, el gran desafío está en acabar con DAESH sin convocar la Décima Cruzada (que no sería más que otra “guerra santa”, como la yihad) y que, en clave del siglo XXI, equivale a desencadenar una Guerra Mundial (como ha insinuado Putin). El riesgo es que esta guerra, con gran probabilidad, podría terminar creando un nuevo modelo de polarización del mundo en dos bloques, enfrentando a un conjunto de países, en principio desarrollados, de diferentes sensibilidades religiosas, contra todos los países islámicos.
De estallar esta guerra, cuya duración y resultado parecen difícilmente predecibles, su alcance sería claramente planetario, lo que la hace, si cabe, más absolutamente temible e indeseable. El efecto colateral inmediato de tal guerra podría ser la irrupción de acciones bélicas sin precedentes en las ciudades de los países desarrollados que, hasta ahora, han estado prácticamente libres del horror y la devastación que desde hace varios años están asolando muchas ciudades de países islámicos, cada vez más cercanos a Europa y también a otros países desarrollados.
DAESH ha crecido por la Primavera Árabe, cuyos efectos son, por ahora, sustitución de dictaduras por caos en algunos países del norte de África, guerra de Siria y crisis de los refugiados