...06-11-2006... No les bastó con silenciar la existencia del Partido de los Ciudadanos-Ciutadans de Catalunya, ni con zaherir a sus promotores, brillantes y reconocidos intelectuales, sino que ahora, tras su inesperada aparición con tres diputados en el Parlamento catalán, quieren mancillarlos. Dos periodistas que se expresan como portavoces del PSOE, Margarita Sáenz-Díez, y su marido Enric Sopena, tertulianos de TV, dicen que Ciudadanos son infiltrados de CiU y que están sostenidos, además, por el PP. Rafael Torres, tertuliano cercano a IU y sembrador de odios guerracivilistas, los acusa de ultraderechistas porque recibieron alabanzas de periodistas frustrados con el PP. Torres coincide con Mariano Rajoy, que los compara con Jesús Gil, irritado porque Ciudadanos posiblemente le quitó un diputado; no se consuela pensando que a los socialistas le hurtaron dos. Las mesnadas del los partidos tradicionales disparan violentamente contra el nuevo competidor. Igual que hacían los servidores del régimen anterior calificando a los demócratas de mercenarios judeo-masónicos. Es que es inaceptable que liberales y centroizquierdistas sin hipotecas políticas los fiscalicen. Que denuncien que sólo buscan incrementar el poder y la influencia de sus cuadros, despreciando los verdaderos intereses de los ciudadanos. Desde la desaparición del régimen franquista, han pasado tres décadas. Suavemente, esos partidos fueron aceptando la corrupción. Se apoderó de sus estructuras como un cáncer, aunque todavía mantengan ingenuas bases idealistas. Los partidos que habían sido progresistas son ahora progrefachas: conglomerados de ambiciones y de clanes de burócratas. Manejados para que ellos y sus familias vivan fácilmente, mientras suben a la cumbre socioeconómica. Escalada sobre la que, como el PP y los nacionalistas, creen tener derecho de monopolio. A largo plazo quizás ocurra igual con Ciudadanos. Pero, por ahora, son incorruptibles, y por eso los odian, les temen, y quieren destruirlos.

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