Siempre me he sentido admiración por las personas que tienen esa sensibilidad para valorar las pequeñas cosas de la vida: una puesta de sol, mirar las estrellas, escuchar la lluvia. Son cosas cotidianas en las que no solemos fijarnos.

Las pequeñas cosas han ganado relevancia con el paso del tiempo porque con el tiempo vamos acelerando nuestro ritmo de vida. Pensamos que al cambiar nuestro entorno también lo estamos haciendo nosotros, pero esto no es cierto. Nuestra capacidad para percibir estímulos y la velocidad a la que los procesamos es casi la misma que hace cincuenta años, sin embargo, los estímulos a los que estamos expuestos, así como a la cantidad ingente de información, seha multiplicado exponencialmente en las últimas décadas. Por todo ello es importante que las pequeñas cosas estén presentes en nuestra vida.

Pero en una vida en la que somos adictos a la velocidad y a la información es complicado explicar cómo se hace para volver a nuestros orígenes. Realmente es que no sabemos ni por dónde empezar. La novela El Hombre del Puerto propone un paseo por parajes mediterráneos de la mano de dos personajes que se sientan en una roca, frente al mar y hablan de amores inolvidables, de heridas que no curaron, de la esencia de vida, de la confianza, de los amigos. Todo ello se desarrolla mientras acompañamos a uno de los protagonistas por el camino de descrubrimiento en el que se adentra a lo largo de lo que será para él un verano inolvidable.

Las cosas pequeñas son un universo cada vez más necesario para las personas infoxicadas

La historia tiene una cierta dosis de romanticismo y originalidad, como respuesta a la teoría Marvelove, es decir, la idea de que debemos ser completamente diferentes si quieremos destacar del panorama general.

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Si quieres saber más sobre cómo hacer para volverte inolvidable para una persona puedes saber más en el blog de Marvelove.