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Por: Dante Bobadilla Ramírez
Fuente: Voz Liberal del Perú
Hugo Chávez ha muerto tal como se esperaba. A pesar de su megalomanía y delirios de grandeza y a su perfil de líder continental y mundial, la muerte lo pilló aún joven, al inicio de un nuevo mandato que lo hubiese llevado a gobernar Venezuela por 20 años con proyecciones de seguir. Así ocurre con todos los que tienen el virus del mesianismo en el cerebro. Emprenden proyectos personalistas, abrazan el socialismo estatista como fórmula paternalista y hacen que todo gire a su rededor. Se sienten indispensables para su nación y el mundo, se sienten los fundadores de una nueva patria y se creen inmortales. Pero la muerte no hace distinciones. En los últimos meses Chávez pareció darse cuenta de su mortalidad y precariedad, se mostró algo más humilde, acobardado detras de imágenes religiosas, besando crucifijos, santiguándose e invocando al Supremo, consciente de que finalmente no es más que un simple ser mortal, pese al glamor, fastuosidad, adulación y veneración que lo rodearon siempre en los últimos 14 años.
Muchos caen en la falsa idea de que la muerte transforma al sujeto en un ser bueno o que la muerte debe ser respetada, por lo que no caben críticas ni condenas. Eso, por supuesto, es un absurdo. Un monstruo como lo fue Hugo Chávez no se transforma con la muerte, vivo o muerto sigue siendo un sujeto despreciable. Lo único que lo distingue de otros dictadores comunistas es que al menos ha muerto con las manos sin sangre. Pero tras de si deja un país en la ruina y una sociedad enfrentada gracias a su verbo incendiario y corrosivo, a su constante prédica del odio y su permanente construcción de "enemigos del pueblo".
La Venezuela que deja Chávez luego de 14 años de "revolución bolivariana" no es mejor que la que encontró. Todos los males que criticó en su campaña original hoy están multiplicados por cien. Venezuela es uno de los países más corruptos del planeta, superado apenas por tres cuatro naciones del cuarto mundo. También es uno de los más inseguros, poseedor del triste record mundial de asesinatos diarios. Y lo más triste de todo es que a pesar de su colosal riqueza petrolera, Venezuela vive hoy su peor crisis económica gracias a que Hugo Chávez se dedicó a dilapidar esa riqueza en la construcción de su imperio personal.
La herencia que deja Chávez es un Estado monstruoso, corrupto, exorbitante, extravagante, inmanejable. Las más de 1, 200 estatizaciones que perpetró siguiendo su libre voluntad dictatorial han desatado una crisis de ingobernabilidad. No hay administración posible. El Estado se ha convertido en el principal proveedor de empleos, lo que aseguraba los votos al dictador en las mañosas elecciones. Las empresas manejadas por el Estado socialista no han podido cumplir sus metas y están en crisis, como Venirauto, la exótica fábrica de autros que Chávez montó con su socio, el diábolico Mahmud Ahmadineyad. Incluso PDVSA atraviesa una grave crisis económica y de gestión. La deuda de Venezuela y PDVSA ya superan los 140 mil millones. Y el petroleo está empeñado a futuro hasta 20 años.
Fuera de Venezuela, Hugo Chávez implantó un nuevo estilo de política, siguiendo las lecciones de su maestro y mentor Fidel Castro. Convertido en el matón del barrio, empleó el lenguaje de burdel para insultar a todos los líderes mundiales que no le gustaban. Empeñado en construir su proyecto constinental atizó los odios en cuanto país pudo meterse, apoyando candidatos sin escrúpulos con el objetivo de formar su pandilla de dementes a quienes pudiera mangonear. Utilizó la billetera para ayudar a sus monigotes y hasta se dio el lujo de dictarle las políticas internas, como ocurrió con los patéticos Evo Morales, Daniel Ortega, Micheletti y otros.
En el Perú, Hugo Chávez se convirtió en el padre de los nacionalistas liderados por Ollanta Humala. Gracias a sus magníficos aportes Ollanta pudo recorrer el país recolerctando toda clase de escoria para formar su primera lista de candidatos al Congreso. Hoy han sido ellos quienes le han ofrecido un minuto de silencio. Son pues los hijos de Hugo Chávez. Le deben toda su existencia política.
La muerte de Hugo Chávez es un alivio para la democracia de América Latina y una suerte para Venezuela que se libra de padecer a este monstruo por varios años más. Suerte que no tuvo Cuba. Pase lo que pase en Venezuela, parece muy difícil que la insanía mental de la revolución bolivariana del socialismo del siglo XXI prosiga. En primer lugar porque los herederos de Chávez son, como suele ocurrir con los monstruos ególatras, una plaga de mediocres incapaces cuya una función en la vida era besarle el trasero a Chávez y agachar la cabeza ante sus designios. A menos que las corrompidas FFAA intervengan para mantener el status quo, el proyecto chavista empezará a desmoronarse por su propia inconsistencia y por el peso de la crisis monumental que los devorará.
Saludamos al pueblo venezolano que al fin se ha librado de ese monstruo. También a Latinoamérica que al fin dejará de experimentar la influencia nefasta del dictador caribeño. Un nuevo horizonte de esperanza se abre en este día para las naciones libres de América. Hoy el mundo es un poco mejor.