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Autor: Eduardo García Gaspar Fuente: ContraPeso
Sucede en la política. Tiene su origen en círculos académicos. androjo
Puede verse en el clima de opinión pública.
Es una mentalidad especial. Una ideología.
Una serie de creencias que sirven para interpretar al mundo y justificar acciones.
Tiene sus rasgos. Uno de ellos es el de transformar problemas en asuntos de gobierno.
Buscando problemas, situaciones indebidas que están difundidas, las convierte en material que necesita la intervención estatal si se quiere solucionarlas.
Prácticamente no hay problema que no pueda resolver el gobernante. Y, más que eso, es un asunto moral el que lo haga.
Sería inmoral que el gobierno dejara que otros solucionaran esos problemas. Sería un gobierno insensible a los problemas sociales.
Es decir, esta ideología busca problemas generales en la sociedad y los comprende como causas morales de la intervención estatal.
Si, por ejemplo, hay obesidad en la población, el problema es concebido como uno público que justifica que el gobierno lo solucione con medidas como impuestos a bebidas azucaradas.
O bien, otro problema, como el de hijos nacidos fuera del matrimonio, también se comprende como causa de acción estatal. El gobierno debe iniciar programas de ayuda, como tal vez, una ayuda monetaria para pago de rentas o educación de los hijos.
La ideología que trato es describir suele ser llamada progresismo. La palabra es vaga y tiene sus variaciones, aunque estos rasgos la describen razonablemente.
La suposición de que el gobierno es un solucionador de problemas de las personas ha creado una suposición fundamental: la autoridad política es la agencia responsable de hacer felices a las personas bajo su gobierno.
¿Qué es felicidad del ciudadano? La respuesta, para el progresista, es el retiro de responsabilidades. La anulación de obligaciones personales. Es lo que mueve a regalar condones, legalizar abortos, establecer seguros de desempleo, dar educación gratuita, subsidiar casas...
La idea de culpa personal, de arrepentimiento, de obligación, resulta odiosa para el progresista. Es lo que le hace apoyar la idea general de liberación respecto a normas de conducta y aceptación de responsabilidades.
Por esto se aceptan las ideas que exaltan la anulación del sentido de culpa y se rechazan las religiones que la proponen.
Queriendo retirar responsabilidades, el progresista crea clasificaciones sociales basadas en dicotomías: oprimidos y opresores, siendo los primeros los que deben ser relevados de sus responsabilidades por medio de acciones gubernamentales, como "cuotas de género" en empresas, o ayudas a ancianos.
Lo más llamativo del progresista es, sin embargo, la conversión de la acción gubernamental en un terreno moral cuya meta es esa anulación de responsabilidades personales.
Un terreno en el que las intenciones es el único criterio que realmente cuenta. Si algo programa gubernamental tiene buenas intenciones, él es moralmente bueno y debe implantarse.
No importa si es demasiado costoso, si tiene efectos colaterales indeseables, si sus resultados son dudosos. La cualidad moral es suficiente como para realizarlos. Y resultará inmoral e insensible quien sea que pretenda siquiera revisarlos.
La herramienta de análisis del progresista es cruda: dividir a la sociedad en dos grupos, unos los oprimidos y otros los opresores, decretando que es una responsabilidad moral que el gobierno defienda a los oprimidos.
No solo es una herramienta cruda e ineficiente, también es inexacta y caricaturesca.
Estos y otros rasgos similares, como el secularismo activista, forman la esencia de la ideología del progresista. Su mentalidad sorprende además, por otra razón.
Es extraordinariamente exitosa. Su herramienta de análisis es el estándar mental de muchos que la han adoptado como un paradigma del que no se dan mucha cuenta.
No sé usted, pero en mi experiencia he visto a muchas personas que al enfrentarse a algún problema, por ejemplo, la obesidad creciente de la población, de inmediato reaccionan con "¡El gobierno debería hacer algo!".
Quien sea que proponga solucionar problemas de esa manera, se ha convertido en un progresista.
Quizá no se haya dado cuenta, tal vez ni siquiera conozca el término "progresismo", pero un progresista estaría orgulloso de su reacción inmediata, "¡El gobierno debería hacer algo!"
Lo que me lleva a lo que bien creo que vale una segunda opinión. Si acaso llega usted a exclamar algún día eso de "¡El gobierno debería hacer algo!", póngase a temblar. Usted se ha convertido en un progresista involuntario y su imaginación ha cesado de funcionar.