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Marx resurrecto

12/05/2014 05:20 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

Autor: Ross Douthat Fuente: losandes

"La raíz principal de la agitación política del siglo XXI podría ser una sensación marxista de que todo lo sólido se derrite... pero parece que lo que se está evaporando es la identidad cultural -familia, fe, soberanía y comunidad- mucho más que la seguridad económica

En esta temporada de resurrección, es muy adecuado que él vuelva a estar con nosotros: barbado, profético, moralista, con la promesa de exaltar al humilde y de expulsar de su trono a los poderosos. image

Sí, es verdad, Karl Marx resucitó de entre los muertos. No en una escala al estilo soviético, gracias a Dios, y no con la autoridad casi escritural que muchos marxistas le atribuyeron en un tiempo. Pero las ideas marxistas están viviendo su momento y hay que poner atención.

Como señala Timothy Shenk en un ensayo de investigación en The Nation, el actual resurgimiento marxista tiene dos pilares. Uno es la nidada de jóvenes intelectuales que Shenk llama "marxistas del milenio", cuya experiencia de la crisis financiera inspiró una nueva mirada a la crítica del viejo Karl al capitalismo.

Estos marxista-milenaristas tienen a Ocupemos Wall Street como ejemplo político fallido pero interesante. Tiene una prensa novedosa (Jacobin, The New Inquiry, N+1), en la que experimentan y discuten. Y están empezando a producir libros, dos de los cuales Shenk reseña y encomia.

Lo que les falta, empero, es una síntesis, una historia, como la que ofreció el mismo Marx. Aquí es donde entra en juego el otro pilar: "El capital en el siglo XXI" de Thomas Piketty, una extensa interpretación de las tendencias económicas modernas recientemente traducida del francés, y el libro que todos los miembros de mi profesión tendrán la obligación de hacer como que ya leyeron.

El mismo Piketty es un social-demócrata que abjura de la etiqueta de marxista. Pero como lo indica el título, él se dispuso a rehabilitar y reformular una de las ideas clave de Marx: que los "mercados libres" por naturaleza tienden a enriquecer a los dueños del capital a expensas de la gente que posee menos.

Esta idea pareció ser refutada en el siglo XX con el surgimiento de una clase trabajadora próspera y no revolucionaria. Pero Piketty sostiene que esos acontecimientos fueron transitorios y que fueron posibles básicamente por la enorme destrucción del capital heredado durante la larga era de la guerra mundial.

De no ocurrir una disrupción de esa naturaleza, él ve un mundo en el que las ganancias del capital despojarán permanentemente a las ganancias de la mano de obra, como ha ocurrido recientemente, y en el que la desigualdad se elevará mucho más allá de su nivel actual.

Si combinamos esta tendencia con un crecimiento lento tendremos un futuro como el siglo XIX, en el que las enormes fortunas heredadas dominaron el panorama mientras la clase media se fracturaba, se debilitaba y se encogía.

La oscura visión de Piketty se basa en parte en modelos económicos que yo no estoy calificado para evaluar. Pero también en el análisis muy directo de las tendencias recientes en la economía occidental, y aquí es donde caben ciertas dudas.

En particular, como ha señalado Scott Winship del Instituto Manhattan, los datos de Piketty parecen subestimar el aumento de ingreso logrado por la mayoría de los estadounidenses de las últimas dos generaciones.

Ese aumento quizá no sea tan impresionante como lo fue en los primeros años de la segunda posguerra mundial, pero son ciertos: ahora, aunque los ricos se han vuelto mucho más ricos, el 99 por ciento restante ha compartido la prosperidad creciente de manera real y mensurable.

El argumento de Winship plantea la posibilidad de que, aun si fueran correctas las amplias proyecciones de Piketty, el futuro que él concibe podría ser mucho más estable y sustentable de lo que suele asumir la izquierda.

Aunque la distribución del ingreso y la riqueza parezca más victoriana, 99 por ciento de todos modos estaría tan bien que vería con recelo cualquier movimiento político que pareciera demasiado radical, demasiado utópico, demasiado inclinado a hacer olas.

Esa posibilidad podría explicar por qué la extrema izquierda por ahora sigue siendo políticamente débil, pese a que vive un renacimiento intelectual en miniatura.

Y podría apuntar a la razón de que haya provenido tanta energía populista más bien de la derecha, tanto en Estados Unidos como en Europa, con movimientos como la Fiesta del Té, el Partido Independentista del Reino Unido, el Frente Nacional de Francia y otros que incorporan algunos argumentos dignos de Piketty (ataques al capitalismo clientelista, crítica de la globalización) pero que más bien ponen de relieve las ansiedades culturales.

La raíz principal de la agitación en la política del siglo XXI, señala esta tendencia, podría ser efectivamente una sensación marxista de que todo lo sólido se derrite en el aire. Pero lo que parece que se está evaporando podría ser la identidad cultural -la familia y la fe, la soberanía y la comunidad- mucho más que la seguridad económica.

Y en alguna parte de esta trama quizá yazgan los principios de una crítica ideológicamente más complicada del capitalismo moderno: una crítica que abreve en críticos culturales como Daniel Bell y Christopher Lasch más que en el simple examen de los intereses materiales, y que considere la posibilidad de que el mayor problema de nuestro sistema quizá no sea el hecho de que permite que los ricos reclamen más dinero que nadie más.

Más bien podría ser que tanto el capitalismo como el Estado asistencial tienden a debilitar ciertas formas de solidaridad que le dan sentido a la vida para mucha gente, mientras que no ofrecen más que dinero a cambio.

Lo cual quiere decir que, si bien el renacimiento marxista es bastante interesante, para ser más relevante necesita ser un poco más... materialista.


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