¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Diasporaweb escriba una noticia?
“Assange fue sistemáticamente calumniado (como “violador”, “agente ruso”, “hacker” y “narcisista”) para desviar la atención de los secretos militares que divulgó
Vergonzoso silencio en torno al calvario de Julian Assange
Los mismos que nos entretuvieron con el gato, el patinete y la suciedad en los pasillos de la embajada han ignorado voluntariamente el informe del relator de la ONU sobre la tortura al disidente encarcelado número uno.
El relator especial del Alto Comisariado para Derechos Humanos de la ONU, el suizo Nils Melzer, logró ha dos meses obtener permiso para visitar a Julian Assange en la prisión británica de alta seguridad de Belmarsh. Melzer y dos reputados expertos médicos, uno de ellos psiquiatra y el otro forense, reconocieron a Assange. El 31 de mayo, el relator divulgó las conclusiones del peritaje médico realizado.
Melzer es profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Glasgow y no era en absoluto un admirador del fundador de WikiLeaks. De hecho, solo aceptó la misión que le encomendó la ONU después de que los abogados de Assange y una doctora insistieron en dos ocasiones solicitando un peritaje al Alto Comisariado de Naciones Unidas.
“Como la mayor parte del público, yo fui inconscientemente contaminado contra Assange por la incesante campaña de desprestigio(contra él) orquestada durante años, pero una vez metido en los hechos de este caso, lo que encontré me llenó de repulsión e incredulidad”, explica.
Una vez deshumanizado por el aislamiento, el ridículo y la vergüenza, al igual que las brujas que se solían quemar en la hoguera, era fácil privarlo de sus derechos más fundamentales sin provocar indignación pública en todo el mundo”. Llegamos así al dictamen del equipo de Melzer sobre el trato infligido a Assange. Es inequívoco.
“Durante un periodo de varios años, Assange ha sido expuesto a graves y creciientes formas de castigo, a un trato inhumano o degradante, cuyos efectos acumulativos solo pueden ser descritos como tortura psicológica”, ha escrito Melzer.
“En veinte años de trabajo con víctimas de guerra, violencia y persecución política, nunca me encontré con un grupo de Estados democráticos compinchados para aislar, demonizar y abusar deliberadamente a un individuo durante tanto tiempo y con tanta despreocupación por la dignidad humana y la legalidad”.
Nils Melzer envió sus conclusiones en forma de tribuna a los diarios australianos Sydney Morning Herald, Camberra Times y a los habituales anglosajones de Europa y América, Financial Times, The Guardian, The Telegraph, The New York Times, The Washington Post, al semanario Newsweek y otros. Ninguno de ellos publicó una línea. En su día todos ellos nos informaron con detalle de los excrementos de Assange en las paredes de la embajada ecuatoriana en Londres, de su patinete y de su gato. En España, los principales medios también ignoraron por completo el asunto. El informe Melzer llegó discretamente a las ediciones digitales de El Mundo y La Vanguardia (solo el primero mencionaba la palabra “tortura” en el titular), con cero referencias en los demás. En los últimos treinta días, la prensa establecida española ha mencionado a Assange lo menos posible.
En todo el mundo occidental los medios de comunicación participan voluntariamente, vía el silencio y la denigración, en esa “persecución colectiva” denunciada por el relator de la ONU, y cuyo principal motor se encuentra en el Pentágono, según fuentes de la Administración Obama en declaraciones al abogado Geoffrey Robertson.
Cuando WikiLeaks divulgó más de 90.000 documentos clasificados relacionados con acciones del Pentágono en Afganistán, Trump se volvio en enemigo de Assange
En la última cumbre del G-20, el primer ministro australiano (Assange es australiano), el conservador Scott Morrison, no mencionó el caso Assange en su entrevista con Donald Trump, manteniendo así la línea de su predecesora laborista, Julia Guillard. El ministro de Exteriores británico, Jeremy Hunt, ha definido el silenciado informe de los expertos de la ONU en tortura como “acusaciones inflamatorias”.
Julian Assange es el disidente encarcelado número uno de Occidente, como Edward Snowden es el exiliado número uno. Actualmente Assange está pendiente de ser extraditado por el Reino Unido a Estados Unidos, donde se arriesga a una sentencia por espionaje de hasta 175 años de cárcel en el tribunal del distrito Oeste de Virginia en el que nunca un acusado por asuntos de “seguridad nacional” ganó el caso y fue absuelto.
La suerte de Assange es un retrato del mundo de hoy, del pésimo estado de las democracias, del poder de la propaganda del establishment y de la apatía de los movimientos sociales en Europa.ha dos meses
La opinión que le despierta Julian Assange a Donald Trump ha ido cambiando en los últimos años según los intereses del temperamental magnate neoyorquino. En concreto, ha tenido tres posturas claras: el odio, el amor y la indiferencia. Respecto al hacker australiano, Trump mantiene una ética oscilante. Y es poco probable que ahora salga en su defensa, ni mucho menos que le otorgue un perdón presidencial como hizo Barack Obama con la exsoldado que filtró los documentos de las revelaciones de 2010, Chelsea Manning.
Al ser preguntado sobre el arresto del fundador de WikiLeaks en la sede diplomática ecuatoria de Londres, el presidente norteamericano dijo: “No se nada acerca de WikiLeaks. No es lo mío”. El mandatario despachó rápidamente a los periodistas para evitar pronunciarse sobre el proceso de petición de extradición que ha iniciado el Departamento de Justicia de EE.UU. contra el activista, a quien acusa de conspiración para infiltrarse en sistemas informáticos del Gobierno americano. Cargos por los que enfrenta seis años de pena máxima.
Pero hubo un tiempo, durante la campaña presidencial de 2016, en que Trump adoró el legado de Assange. “Me encanta WikiLeaks”. “Este WikiLeaks es como un tesoro”. “Me encanta leer WikiLeaks”. En total, el entonces candidato republicano exaltó el portal de filtraciones más de cien veces durante su gira electoral. En ningún momento Trump expresó sus dudas sobre cómo el equipo de Assange obtuvo los correos electrónicos pirateados del Partido Demócrata y su candidata presidencial Hillary Clinton
.
Por aquel entonces, el republicano tampoco mencionó las acusaciones de robo de información confidencial del Gobierno de EE.UU. que hoy sustentan la causa contra Assange. En 2010, WikiLeaks divulgó más de 90.000 documentos clasificados relacionados con acciones militares del Pentágono en Afganistán y cerca de 400.000 documentos secretos sobre la guerra de Irak. Ese mismo año comenzó a airear unos 250.000 cables diplomáticos provenientes del Departamento de Estado de EE.UU.
En 2010 Trump sugirió la pena de muerte para Assange
Las filtraciones sobre Afganistán despertaron la ira de los republicanos, incluida la del propio Trump: “Creo que es vergonzoso”, dijo antes de sugerir que merecía la pena de muerte.