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Piedras, huevos y palos. La nueva política. Erick Yonatan Flores Serrano
Coordinador General del Instituto Amagi - Huánuco
"La violencia es el último recurso del incompetente". Isaac Asimov
Pocas veces una simple frase ha tenido tanta importancia. Es más, me atrevo a decir que Asimov estaría perplejo si pudiera ver lo que está ocurriendo en la tristemente célebre vida política peruana. A continuación, una pequeña reflexión sobre los últimos acontecimientos de un proceso electoral que va de mal en peor.
Alan García y Keiko Fujimori, dos de las figuras políticas más controversiales de esta campaña, dos personajes que -hay que decirlo- concentran los más altos porcentajes de anti-voto de estas elecciones. Dos ideas políticas relativamente similares y, a juicio personal, absolutamente equivocadas, como todas las que sobran en este proceso electoral que, a medida en que se va terminando, muestra las expresiones más básicas de la política. Bien podría dedicarme a sustentar mi aversión a la política, bien podría dedicarme a presentar los argumentos por los cuales creo que ninguna alternativa política está provista de las ideas que hacen falta para mejorar nuestra alicaída situación, pero no, esta vez quiero dejar de tratar la demagogia inherente a la política y centrarme en los sucesos que, con mucha vergüenza, he podido ver.
El mes apenas comenzaba y en un mitin organizado por el partido aprista, en Santa Anita, el candidato a la presidencia, Alan García, recibió una agresión por parte de un manifestante, este le arrojó un huevo a la cabeza pero el hecho, afortunadamente, no pasó a mayores. El día de ayer, de la misma forma, la candidata presidencial por el partido Fuerza Popular, Keiko Fujimori, se encontraba en un mitin en la plaza Santiago de Cusco, mitin que sólo duró diez minutos porque, debido a las agresiones que varios manifestantes cometieron contra la candidata, tuvo que cancelarse; hasta hubieron enfrentamientos entre los simpatizantes de dicho partido y un grupo de manifestantes que aducían ser los famosos "anti-Keiko", el hecho tampoco pasó a mayores.
Como podemos apreciar, estos hechos sólo muestran los paupérrimos niveles en los que se encuentra nuestra política. Uno puede estar en contra de cualquier proyecto político, uno puede disentir de las ideas que representan los partidos, es lo más normal del mundo, pero llegar a agredir a una persona, sólo por no estar de acuerdo con ella o lo que representa, es una bajeza. La muestra más clara de la irracionalidad del ser humano. Como todos los lectores sabrán, Verónika Mendoza, la candidata presidencial por el Frente Amplio, o Alfredo Barnechea, el candidato presidencial por Acción Popular, representan alternativas que se ubican en las antípodas de las ideas que este servidor defiende, nunca podría estar más en desacuerdo con las ideas que representan ambos partidos y sus respectivos representantes, sin embargo, jamás iría a alguna de sus actividades a "manifestar" mi rechazo hacia ellos a través de la violencia. Es una cuestión de sentido común, una cuestión de valores que se cultivan en el seno de cualquier familia decente. La agresión jamás puede ser un medio, el uso de la fuerza sólo puede estar justificado en legítima defensa, para repeler un ataque, nunca para iniciarlo, nada justifica el inicio de la fuerza en contra de alguien.
Cualquier persona, con un poco de raciocinio, no dudaría en condenar tales hechos, sin embargo, parece que la moral de algunos los lleva a ser "tolerantes" cuando la violencia es en contra de alguien que aborrecen. ¿Se imaginan a cualquier político de derecha recordando con nostalgia la dictadura de Pinochet y, a la vez, criticando ardorosamente la dictadura de Fidel Castro? Haciendo el ejercicio inverso, ¿se imaginan a algún político de izquierda defendiendo con pasión el genocidio de Stalin y, a la vez, condenando con firmeza el genocidio de Hitler? Pues bien, no imaginen tanto, esos casos existen y se dan muy a menudo cuando las campañas van llegando a su clímax. Esto se llama doble moral y es muy recurrente en la política. Esa perturbada manía de medir situaciones con distintas varas y llegar a decir disparates como lo que llegó a decir Sinesio López, en marzo del 2013, cuando -en una forma grotesca- intentó demostrar que el gobierno de Alberto Fujimori fue autócrata y un atentado contra la democracia, a la vez que decía que el gobierno de Hugo Chávez, en Venezuela, fue absolutamente legítimo. Hasta ahora es muy complicado entender las razones que llevan a una persona a juzgar, en forma tan distinta, dos procesos políticos que tiene tantas cosas en común. Lo mismo ocurrió con Mario Vargas Llosa, cuando se llenaba la boca predicando libertades por todo el continente y aquí, en el Perú, invocaba el voto para Ollanta Humala, la alternativa chavista en las pasadas elecciones. Y como estos, hay muchos otros casos que demuestran que la vileza del ser humano siempre está presente.
La violencia en contra de los candidatos no puede estar justificada, bajo ninguna circunstancia, aquí los colores políticos importan poco. Se el día de mañana agreden a Alfredo Barnechea, si agreden a Verónika Mendoza, si agreden a Pedro Pablo Kuczynski, si agreden a Alejandro Toledo, si agreden a Julio Guzmán, si agreden a César Acuña, si Agreden a Hernando Guerra-García, si agreden a Vladimir Cerrón, si agreden a Daniel Urresti, o algún otro candidato presidencial, o congresal, o cualquier persona común y corriente, debemos rechazar la agresión con firmeza. No es "el pueblo" manifestando su enojo con Alan García y Keiko Fujimori, si para Asimov sólo son incompetentes, para mí no lo son, para mí sólo son una turba de miserables que deben ser sancionados sin ningún tipo de contemplación. Y digo esto, no por hacerle un flaco favor a la vida política de nuestro país, digo esto porque yo, contrario de muchas personas que se mueven por odios irracionales, no tengo doble moral. Yo condeno y rechazo la violencia, venga de donde venga, sin importar si la víctima es de derecha o de izquierda; el que distingue, en este punto, se convierte en un miserable también, en un ser sucio y despreciable, al mismo nivel que el perpetrador de violencia.
Y no quiero terminar sin antes decirles a todos mis amables lectores que, aun cuando la política de las piedras, de los huevos y de los palos desaparezca, aun cuando la violencia misma desaparezca de los procesos electorales, nada cambia que la política siga siendo un vicio. Cuando entendamos que la violencia es inmoral per se, probablemente nuestra política no mejore sustancialmente, sólo significará que la política, entendida como el negocio del poder, dejará de ser tan inmoral como siempre ha sido.