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Autor: Fabrizio Tejada
Como presagió el grupo de pop Soda Stereo en 1988 con su canción "En la ciudad de la furia", Argentina se ha convertido en el lugar donde todo explota por más destruido que esté. Desde los famosos cacerolazos en el 2001 hasta el revival de éstos el 18 de abril de este año, pasando por el 8-N, 13-S y algunos menores durante el paro agropecuario del 2008, todo parece que "es el final", pero al día siguiente todo vuelve a estar "bien". El ninguneo de las expresiones hechas por los ciudadanos en todas estas manifestaciones (más seguridad, menor inflación, libre ahorro en moneda extranjera, castigo a la corrupción) por parte del oficialismo se han vuelto pan de cada día. Las personas se han acostumbrado a que les pisen sus derechos sin ninguna represalia.
Y los extranjeros que vivimos aquí nos preguntamos: ¿es que no están cansados de todo esto? ¿Por qué no se van de su país y ya? Lo que no entendemos es que nunca termina de explotar. Remitámonos a la historia: desde un aumento tiránico en la década infame de los 30, conocida así por los constantes fraudes electorales; pasando por los gobiernos de mandatarios que aplicaron, en mayor o menor medida, medidas estatistas y de planificación económica (Perón, Aramburu, Frondizi y Onganía); medidas heterodoxas que perjudicaban al individuo (Alfonsín y su Plan Austral y políticas keynesianas); y el mercantilismo, aquella deformación del capitalismo que beneficia a un par de empresas en desmedro de la gente (dictadura militar y el gobierno de Menem); siempre los dirigentes se limpiaban el zapato (por no decir otra cosa) con los derechos del ciudadano.
Y siempre hubo manifestaciones: Rodrigazo, Cordobazo, marchas en contra del régimen militar a fines de 1983 (después del desastre de la Guerra de Malvinas) y los cacerolazos del 2001 fueron las expresiones del descontento popular. Pero el pueblo sigue eligiendo a los mismos pero con distintas caras: más impuestos a los "poderosos", más gasto público, más Estado. Eso es una política de Estado en Argentina. Tal y como decía Charly García: "no llores por las heridas que no paran de sangrar, no llores por mí Argentina, te quiero cada día más". Y las heridas seguirán sangrando hasta que la gente diga basta.
En otra premonición, Juan Bautista Alberdi en su prolífico ensayo "La omnipotencia del Estado" dice: "Mientras que la máquina que hace omnipotente el poder del Estado exista y viva palpitante de hecho, bien podría llamarse República libre y representativa por su Constitución escrita: su Constitución histórica y real, guardada en sus entrañas, la hará ser siempre una colonia o patrimonio del gobierno republicano, sucesor de su gobierno realista y pasado." Es menester, pues, limitar el poder del Estado sobre las acciones de los habitantes, porque como dice: "Los Estados son ricos por la labor de sus individuos, y su labor es fecunda porque el hombre es libre, es decir, dueño y señor de su persona, de sus bienes, de su vida, de su hogar." Cuando los individuos tienen libertad para actuar, practicar las artes, las ciencias y la instalación de empresas para generar riqueza, es cuando una nación es próspera. Pero esta libertad de obrar está limitada siempre y cuando no coaccionemos frente a otro individuo.
Debido a que este gobierno cuasi-estalinista está muerto, es hora de enterrarlo. Pero, por alguna razón, a los argentinos les gustan los zombies políticos. En estas elecciones que vienen, como dije, el futuro de esta nación depende de nosotros. Cambiemos la historia.