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Según La piel y la pluma de Nelson Manrique
Existe un consenso en torno a que el racismo antiindígena es uno de los componentes fundamentales dela dominación instaurada por las repúblicas oligárquicas. El racismo cumple una función decisiva en la legitimación de las exclusiones, pues “naturaliza” las desigualdades sociales, consagrando un orden en el cual cada uno tiene un lugar inmutable, en tanto éste no aparece fundado en un origen social sino anclado en la naturaleza. Como toda creación humana, el racismo tiene una historia, que puede ser reconstruida. En la dinámica social, el racismo, es ante todo, una ideóloga y, como tal, sirve para consagrar un status quo determinado, de manera que va cambiando de acuerdo a cómo cambian las relaciones socioeconómicas y las correlaciones de poder establecidas. No existe pues un racismo. Como toda construcción histórica, éste asume diversas formas de acuerdo al contexto social que se genera.
En la intersección entre racismo y la discriminación de género la mujer ha sido invariablemente un botín de guerra para los vencedores
El racismo peruano es, en esencia, un racismo colonial. Se construyó a partir de categorías mentales que portaban los conquistadores, forjadas en los conflictos que enfrentaron a los cristianos contra los musulmanes y los judíos en España en el crucial momento de su constitución como nación. El fundamento de la identidad española, una cuestión problemática, dada la enorme diversidad de habitantes de sus reinos, terminó siendo la condición de cristiano viejo. Surgió así a partir de siglo XVI, un cristianismo intolerante y excluyente que comenzando una persecución religiosa contra los semitas. Devino en una feroz persecución cultural contra los judeo conversos, hasta cristalizarse en una verdadera persecución racial, en particular por los judíos, la obsesión de pureza racial, consagrada en los estatutos de limpieza de sangre que se generalizaron desde mediados del siglo XV y alo largo del siglo XVI. Descalificando todo aquel de tener sangre infecta de Cristianos nuevos por razones abiertamente biológicas. Todo esto sucedía cuando América es descubierta, conquistada y colonizada. Enfrentados con la nueva realidad los conquistadores terminaron construyendo nuevas formas de marginación y exclusión, ligados a la explotación colonial. Aunque a veces es invocado el mestizaje como una prueba de que los españoles no tenían prejuicios raciales, en tanto estaban dispuestos a mezclar su sangre con la de los conquistados, este argumento no se sostiene cuando se repara en la naturaleza asimétrica de estas uniones, invariablemente establecidas entre varones conquistadores y mujeres conquistadas. Allí donde, por excepción, se produjo el mestizaje de varones indios y mujeres españolas fue en esos espacios marginales, de frontera, donde los grupos indígenas nómades no pudieron ser sometidos y en sus eventuales incursiones militares secuestraron a mujeres de la hueste conquistadora. En la intersección entre racismo y la discriminación de género la mujer ha sido invariablemente un botín de guerra para los vencedores.
El racismo peruano es, en esencia, un racismo colonial