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Una dolorosa, pero necesaria, revisión de lo courrido durante la guerra interna, vista desde el lado de los deudos o de los testigos
A diferencia de Argentina, donde un gran sector de la población, incluso los más jóvenes, ha escuchado alguna vez nombrar a las madres o a las abuelas de la Plaza de Mayo, en Ayacucho, una ciudad con unos 150 mil habitantes que vivió duramente los embates de la violencia durante los 20 años del conflicto armado interno, buena parte de la población nunca escuchó hablar de la Asociación Nacional de Familiares de desaparecidos y secuestrados del Perú, ANFASEP, la primera organización de victimas que se empezó a organizar en Ayacucho, ni de la señora Angélica Mendoza, su fundadora, quien junto con otras mujeres inició el largo camino de búsqueda de sus familiares, hijos, hijas, padres, arrancados de su casa y luego desaparecidos por militares o policías.
Y es que a diferencia de Argentina, donde quizá por el tiempo transcurrido, buena parte de la sociedad, políticos y académicos, e incluso los medios, discuten y reflexionan y se visibilizan las diferentes posiciones sobre los hechos trágicos que se vivieron en la dictadura, en el Perú, aún las heridas están a flor de piel, lo que hace difícil procesar el duelo y el dolor, y los medios masivos no aportan a que se pueda desarrollar procesos reflexivos. Al contrario, intentan permanentemente colocar una sola versión de los hechos, una memoria única, sin posibilitar espacios de expresión de las diferentes memorias que forman parte de un proceso que constituye uno de los episodios más dolorosos de la historia republicana.
No es que no se hable en la familia, entre amigos, en pequeños espacios sobre los hechos. sorprende, por ejemplo, que jóvenes conozcan profundamente las historias de sus padres, madres, abuelos, de sus otros familiares que fueron asesinados, desaparecidos por alguno de los actores armados, algunos acusados injustamente de terroristas y detenidos, otros porque fueron parte de las filas senderistas, familias enteras desaparecidas. “Mis tíos, mis primos fueron desaparecidos, yo casi no tengo familia, ellos tenían esas ideas, solo quedó mi padre, ” dijo un adolescente en un encuentro que realizamos en el marco de un proyecto con jóvenes que conjuntamente con la Casa Ana Frank de Holanda ha iniciado nuestra institución, y que tiene precisamente el sentido de abrir un espacio de expresión de la multiplicidad de memorias y experiencias del conflicto armado. “Yo pienso distinto, ” concluyó el muchacho, como una forma de afirmar que no comparte las opciones que tuvo parte de su familia.
Las historias fueron surgiendo a borbotones, “mi mamá me contó que cuando era niña…”, “mi padre me dijo que a él y a mi abuelo y a mi tío los llevaron”, “a mi papá lo detuvieron porque no quiso pagar, y lo acusaron de terrorista”, etc, etc, etc. Sorprende la frescura con la que hablan y escuchan de un pasado relativamente reciente, tan vivido por una parte y tan negado por otra, tan silenciado por los medios, excepto cuando se trata de quienes han sido condenados por terrorismo, como en el caso de Lori Berenson. “¿A cuántas personas mató, qué es lo que hizo?” me preguntó una de las adolescentes ávida de información y de entender por qué se hablaba tanto de ella en toda la prensa.
Padres y madres han compartido con los chicos y las chicas sus memorias, han traído a sus vidas sus experiencias de sufrimiento, de miedo y también sus sueños y esperanzas, pues pese a todo, cada uno, cada una, soñaba con seguir viviendo. Estas memorias compartidas con los hijos e hijas los lleva a éstos a reflexionar y a plantearse una serie de preguntas que obviamente superan los marcos de un evento, pero que expresan la necesidad de discutir y reflexionar sobre el país, de profundizar en su historia, de deconstruir también algunos de los sentidos que están presentes en sus planteamientos.
“¿Qué hubiera pasado si continuaba el terrorismo?” se preguntó uno, intentando explorar las opiniones de los otros y otras presentes, de buscar respuestas a sus interrogantes. Sorprende la pregunta, no tanto por no se tiene una respuesta a ella, sino por las nuevas preguntas y los nuevos planteamientos que abrió. “Quizá habría mejores condiciones, menos corrupción, más oportunidades, ” dijeron algunos. “Estaríamos peor, ” dijeron otros y otras, exponiendo sus argumentos, buscando explicaciones en las propuestas que según les han dicho tenía Sendero, y metiéndose en una seria discusión sobre el tipo de sistema que proponía y sobre si el capitalismo acaso no es lo mejor para hacer surgir el país. Se soltaron más interrogantes sobre si acaso la pena de muerte era necesaria y si la cosa sería distinta si Sendero no hubiera sido derrotado. A veces es necesario deshacerse de los algunos para lograr el desarrollo, argumentó un chico que no podría decirse que era “pro terrorista”, pues por otra parte era muy crítico de las acciones de Sendero en la región.
Los y las adolescentes ayacuchanos conocen y tienen una gran capacidad de reflexión sobre sus historias
Es sorprendente por otra parte que, pese a que los y las adolescentes ayacuchanos con quienes estamos compartiendo conocen y tienen una gran capacidad de reflexión sobre sus historias, una gran capacidad de debatir y confrontar sus ideas, no hayan logrado conectarse con los procesos locales y regionales, que sus historias, sus relatos partan básicamente de sus experiencias personales y que las referencias sobre los distintos procesos vividos en la región, sobre las miles y miles de víctimas, les sean desconocidos. Ni Putis, ni Lucanamarca, tampoco Accomarca, caso que ha estado tan cercano y algo difundido estos días, les suena.
Pese a la gran sensibilidad que manifiestan estos adolescentes, no logran totalmente relacionar los terribles hechos pasados en el conflicto con el “Mal”, caracterizado, como lo señala Isodoro Beresntein, “como el efecto de la acción de despojo y destitución del carácter humano de un otro considerado ajeno por medio de procedimientos humanos de deshumanización como pueden ser la tortura, el maltrato y el exterminio llevado hasta la aniquilación del otro sujeto.” (1) Más bien, por momentos, se siente un atisbo justificatorio de las conductas y acciones de las diferentes partes enfrentadas, “tenían buenas ideas en un inicio” o quizá los muertos o desaparecidos “se lo merecían”. Eso es algo que nos debe preocupar, pues refleja la seria necesidad de que se trabaje por el desarrollo de una cultura de paz en la región, de que los jóvenes y adolescentes tengan espacios para compartir sus diferentes percepciones de un conflicto sobre el cual tienen referencias más directas por las historias de sus padres y madres, pro del que no hablan en el colegio, ni escuchan en la prensa, salvo claro cuando de algún escándalo o necesidad política se trata.
Si bien es cierto es imposible consensuar las diferentes memorias, es fundamental posibilitar espacios para que las nuevas generaciones puedan compartir los relatos que tienen de los hechos, expresar sus distintas visiones y posiciones, confrontarlas, reconstruirlas, deconstruirlas y en ese esfuerzo quizá consensuar en un punto que es fundamental e innegociable, la vigencia de los derechos humanos y la defensa irrestricta de la dignidad de las personas, haciendo valer que nada justifica el sufrimiento de tantas y tantas familias como en el sasachacuy tiempo, lo que, luego de la vibrante y brillante discusión de estos adolescentes ayacuchanos, logramos finalmente.
“Me es absolutamente imposible construir cualquier cosa sobre la base de la muerte, la desgracia y la confusión. Veo como el mundo se va convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno que se avecina y nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y sin embargo, cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien, que esta crueldad también acabará, que la paz y la tranquilidad volverán a reinar en el orden mundial, ” escribió Ana Frank el 15 de julio de 1944. Su historia y su legado también están siendo compartidos en estos espacios, permitiendo a nuestros adolescentes, pese a que parezca una experiencia tan lejana, acercarse a su propia experiencia con una mirada distinta, reflexionar sobre su historia, conocer los múltiples rostros, nombres y vivencias que sobre el conflicto armado interno aún permanecen silenciados. En ese esfuerzo estamos.
Nota:
(1) Isidoro Berenstein, “Notas sobre la Violencia”, Psicoanálisis APdeBA, Vol XXII, No 2, Buenos Aires, 2000
http://www.noticiasser.pe/25/08/2010/teleidoscopio/miradas-juveniles-sobre-el-conflicto-armado-interno