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Los principales episodios bélicos de los últimos 100 años presentan un cierto paralelismo con la evolución, a grandes rasgos, de la economía mundial
Las convulsiones políticas del último tercio del siglo XIX, que respondían todavía al modelo clásico de lucha entre estados, por el poder y el territorio, en Europa y sus colonias, y que estuvo en vigor desde el siglo XVI, se transformaron en una lucha mucho más intensa, con los telones de fondo de la economía y del interés por el dominio de los mercados para colocar la producción industrial de los países más desarrollados. Esta lucha se concretó, finalmente, en un conflicto armado generalizado, con la participación de los países más ricos de la época, que se desarrolló, como es bien sabido, en el periodo 1914-1918, y que sería conocido, entonces, como la “Gran Guerra” y, apenas 20 años después, pasó a denominarse “Primera Guerra Mundial”, al haber sido desbancada en intensidad, muerte y destrucción por la nueva guerra 1939-1945, a la que, directamente, se denominó “Segunda Guerra Mundial”.
Después de un periodo de relativa tranquilidad para el entonces mundo desarrollado, desde el final de la Gran Guerra (o Primera Guerra Mundial) en 1918, se produjo el crack económico de 1929, el mayor y más intenso conocido hasta entonces. La búsqueda de salidas para los problemas económicos que puso de manifiesto el crack orientó al mundo, de forma inexorable, durante la década siguiente, hacia la Segunda Guerra Mundial, iniciada en 1939, que con su estela de 60 millones de muertos dejó abierta, a partir de su fin, en 1945, la definición de los nuevos órdenes contemporáneos: económicos, sociales y geopolíticos, de los tres mundos: el Primero (países desarrollados de la órbita capitalista/liberal/imperialista); el Segundo (países ¿desarrollados? de la órbita socialista/de economía planificada/imperialista); y el Tercero (el resto de países manipulados y explotados por los otros dos mundos).
En términos económicos, desde el final de la Segunda Guerra mundial hasta la crisis financiera de 2008, el mundo desarrollado ha experimentado un crecimiento sin parangón en la historia y ha hecho posible el estado del bienestar (en muchos de esos países desarrollados, aunque bien es verdad que en unos más que en otros, como no podía ser de otra manera), con un crecimiento exponencial en paralelo de múltiples conflictos de baja intensidad (percibida como tal desde la seguridad de que disfrutan las poblaciones de los países desarrollados) en lugares remotos; sin embargo, en los países y territorios que son los escenarios de esos conflictos, la intensidad de los mismos está muy lejos de ser percibida como baja por las personas afectadas por los mismos. No obstante, estos conflictos no impiden, sino más bien potencian e incrementan, la participación de los países pobres en importantes intercambios de materias primas (como suministradores), armas e instrucción militar (como clientes) y turismo (convencional, sexual y, a veces, solidario), con los países desarrollados.
Lo malo fue que en 2008 se pinchó la burbuja del sistema financiero mundial y, aunque se ha recuperado algo el tono, está claro que los buenos viejos tiempos ya han pasado, y no volverán. Recordemos, como evocación de esa época dorada, que, en los últimos años del siglo XX, una de las preocupaciones estrella en el mundo desarrollado fue el famoso "efecto 2.000", o 2K (que, por cierto, se quedó en nada, salvo algunas facturas abultadas de consultorías informáticas para grandes empresas y organismos de las Administraciones públicas); desafortunadamente, nada más empezar el nuevo milenio, se produjeron los atentados de Nueva York y, a partir de ahí, ya nada volvió a ser como antes.
En consecuencia, aunque no se suele reconocer de forma explícita, es claro que el mundo desarrollado se ha lanzado a la búsqueda de otro paradigma que permita que los países que lo configuran puedan seguir conservando su situación, si no como solía ser en los dorados años del final del milenio, si, al menos, manteniendo en parte el nivel de bienestar que esperan las poblaciones de esos países.
El desarrollo de una confrontación bélica global tal vez termine alumbrando un nuevo amanecer para la economía de los países desarrollados... o lo que quede de ellos
La pregunta ahora es si se está incubando, si es que no ha empezado ya, una nueva conflagración de ámbito planetario, presentada, en este caso, como la lucha entre el mundo civilizado y la barbarie absolutamente irracional de DAESH, con el trasfondo subyacente y no explicitado de una guerra entre religiones, que, como en los casos anteriores, termine resolviendo la crisis económica global y alumbrando un nuevo orden mundial.
Indicios inquietantes de que el mundo se mueve en esa dirección son la escalada de las acciones contra DAESH en Siria y otros territorios en los que tiene presencia, incorporando cada vez más países del entorno “occidental”, y la tensión creciente entre Rusia y Turquía a raíz del incidente del derribo del caza ruso por Turquía y las acusaciones de Putin al máximo mandatario turco y su familia en relación con su enriquecimiento a través de facilitar la entrada en el mercado negro del petróleo que DAESH extrae de los territorios bajo su influencia. Esta tensión es, como mínimo, sorprendente entre dos países que, en principio, parce que están en el mismo bando: frente a DAESH; de todas formas, quizá no esté tan claro lo del mismo bando, pues Turquía se inclina hacia Europa/Occidente/OTAN, entidades que Rusia (o, tal vez sea más exacto decir Putin), considera una amenaza para la posible reconstrucción de un espacio de poder e influencia comparable a la vieja (y ya fuera de época) Unión Soviética.
Por si fuera poco, a las tensiones anteriores se puede unir en cualquier momento otro nuevo elemento, de trasfondo económico; se trata de las medidas que los países desarrollados puedan adoptar ante la necesidad, ineludible, de preservar el planeta de los efectos derivados de las emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero y otros contaminantes. La emisión de estos productos, como es conocido, y se nos acaba de recordar estos días, con ocasión de la Cumbre sobre el Clima de París, es el resultado del crecimiento sin control de una actividad industrial energéticamente ineficiente y fundamentada en tecnologías poco desarrolladas, en la que han basado su irrupción en los mercados mundiales las economías industrializadas emergentes, en particular China e India.
Las consecuencias a corto y largo plazo de la puesta en marcha de este nuevo escenario, vale decir: guerra mundial, son difíciles de imaginar con detalle, pero, en líneas generales, puede que, a largo plazo, termine conduciendo a un nuevo amanecer de la economía de los países desarrollados... o lo que quede de ellos; lo que tampoco parece fácil de estimar es el tiempo que durará esta nueva “presunta” guerra, pero, en cualquier caso, y desafortunadamente, cabe temer que se medirá en años, más que en meses; tampoco es fácil estimar el coste en vidas y sufrimiento de esta guerra, a corto y medio plazo, para las poblaciones de los países desarrollados, dando por supuesto que es obligado asumir que los efectos para los habitantes del resto de los países serán “males necesarios”, e inevitables. De momento, una primera consecuencia, que podríamos calificar como daño colateral, es la llamada “crisis de los refugiados”, consecuencia directa, en el formato que, recientemente, se ha popularizado por los medios, de la escalada de violencia y destrucción en las regiones de Siria, Libia, Irak y Afganistán, y otros países del norte de África.
En cualquier caso, este, supuestamente esperado y deseado por todos, panorama de resurgir económico del mundo desarrollado no parece excesivamente atractivo, pues ya se ve que, aunque el conjunto de la riqueza del mundo va creciendo, también crece, y a mayor ritmo, la distancia entre los más ricos, que cada vez son menos personas, más ricas, y los más pobres que, además, cada vez son más personas, más pobres; por ello, parafraseando a Churchill, podríamos decir que esta no es una buena solución, pero … es nuestra solución (o eso parece).
La pregunta es si se está incubando una nueva conflagración de ámbito planetario, para concretar la lucha entre el mundo civilizado y la barbarie de DAESH