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Autor: Diego Martinez Lloreda
Fuente: Diario El País (Colombia)
Son agnósticos --eso de ateos es para analfabetas funcionales-- y aborrecen al Procurador, a quien tildan de 'exseminarista camandulero'.
Son partidarios del aborto sin restricciones, del matrimonio entre parejas homosexuales, de la dosis personal y de la legalización sin límites de las drogas alucinógenas.
Pregonan el respeto a la tolerancia, pero cuando alguien piensa diferente a ellos, le caen con todo el peso de su retórica estigmatizante.
Cuando se reunen con sus camaradas, añoran sus viejas escaramuzas y planean nuevas conspiraciones que jamás realizarán. En esas tertulias consumen ron cubano --de 25 años de añejamiento, eso sí-- cantan a coro La Masa de Silvio Rodríguez y recitan versos de Gonzalo Arango. Y los más osados les pegan un par de 'pitazos' a un porro.
Denostan a diario del 'imperialismo Yanqui', pero tienen visa vigente por diez años y recitan de memoria los nombres de los mejores restaurantes de Park Avenue.
Al que ve con escepticismo los diálogos de paz de La Habana lo tildan de guerrerista y consideran a todos los ganaderos unos latifundistas 'paracos'.
Se echaron una lágrima furtiva por Chávez. Y si bien no se atreven a compararlo con Bolívar --ni siquiera con Fidel-- sí exaltan el trabajo que realizó en favor de los más pobres de Venezuela. Y a Piedad Córdoba la consideran una vieja berraca.
Están convencidos de que Petro no ha sido mal alcalde y de que su mala imagen obedece a una confabulación que montaron contra él los grandes medios de comunicación.
Así son los militantes de lo que el expresidente Álvaro Uribe denomina la 'social bacanería', que es el mismo antipático segmento social que mi mamá llamaba comunistas de caviar.
La tolerancia de un caviar (social-bacán o mamerto para los colombianos)
Son aquellos individuos que no tuvieron los pantalones para empuñar un fúsil e irse al monte a hacer la revolución y se quedaron entre nosotros disparando su artillería dialéctica, cada vez más trasnochada.
Son los mismos que, como diría Mafalda --de quien también son fervientes admiradores-- por no apresurarse a cambiar el mundo, el mundo los terminó cambiando a ellos.
Rebeldes de coctel, entre whisky y whisky, denostan de todo lo que para ellos huela a derecha. O sea, lo que implique defender principios como la disciplina, la autoridad y el orden. Claro, es mucho más taquillero pregonar entelequias como el eterno cambio, el rompimiento del 'statu quo', y la transformación social.
Pero así como la 'socialbacanería' es una actitud bien vista en los cocteles, suele ser funesta a la hora de gobernar.
Porque quienes ejercen el poder no pueden estar en plan de darle gusto a todo el mundo y tienen que tomar decisiones impopulares. Por eso, como le ocurrió a Petro, los militantes de la socialbacanería suelen ser muy buenos para destruir y hacer oposición, pero pésimos para construir y gobernar.
La popularidad no la adquiere un gobernante porque se proponga serlo. La popularidad se conquista a punta de coherencia, de persistencia y de logros tangibles. Lo aconsejable es, entonces, fomentar la socialbacanería en los salones sociales y dejarle la labor de gobernar a gente seria, así no sea tan bacana.