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Los dueños de los bares y los restaurantes no saben cómo vivir. Sus empleados, apenas protegidos de la intemperie por el frágil ERTE, tampoco. Medio millón de personas han acudido a Cáritas por primera vez en su vida o han vuelto a esas colas después de muchos años. La lista de los muertos pasa ya de 70.000, algo que nada producía en España desde la Guerra Civil. Miles de familias tienen que buscar acomodo donde sea porque ya no pueden pagar el alquiler de sus casas, ni siquiera con las rebajas que han hecho muchos dueños; entre ellos, el mío.
Y ahora, justamente ahora, cuando no sabemos si vamos a seguir con el agua al cuello o si el nivel bajará hasta los antebrazos, esta gente provoca un marasmo político que ha expulsado a todo esto que digo de las primeras páginas de los periódicos. Los de Ciudadanos pretenden sobrevivir cargándose el gobierno de Murcia. El PSOE y los veinte de Errejón mueven ficha para tumbar a Ayuso en Madrid. Esta convoca elecciones para un martes. Todo de un día para otro. Ya está el hormiguero revuelto. Ya estamos otra vez todos encorajinados y discutiendo sobre lo que hace esta gente que parece vivir en otro planeta, en otra realidad, en un mundo que no es el nuestro y en el que solo tienen importancia sus disputas, sus rencillas, sus peleas por un poder que a los que estamos aquí abajo se nos antoja cada vez más lejano.
No hay forma de saber si estas maniobras, estos juegos, estas puñaladitas entre personas que se creen mucho más importantes que nosotros y que juegan con nuestras vidas, servirán para algo. Pero lo que está claro es que son dos mundos distintos. El nuestro, el de la supervivencia, y el suyo que no se sabe lo que es.