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Autor: Martín Santiváñez V. Fuente: Diario Correo
Una de las ventajas de proclamarse la conciencia moral de la nación radica en que, cuando te da la reverenda gana, eres capaz de proclamar a los cuatro vientos que el oráculo de TU verdad acaba de cambiar como por arte de birlibirloque. Ayer decías una cosa, hoy te inclinas por la otra. La otra, por supuesto, depende de tu conveniencia. Esta facilidad para violentar las ideas y reinventarse en función de la coyuntura trasciende la prudencia política y se interna en el terreno del oportunismo. En efecto, son oportunistas de la peor calaña, piratas de la más baja política, los que ningunean sus principios y pisotean sus propias promesas. Son oportunistas los que hoy dicen "sí", para mañana defender con ardor lo opuesto a su credo ideológico. El oportunismo en política tiene un precio. Y ese precio es la mediocridad.
Sí, el progresista es chaquetero por convicción y mediocre por elección. Ser ineficiente cuando se cuenta con los mayores recursos de toda la historia republicana es el fruto estricto de la mediocridad. El marketing político (maquillar a una incapaz) no es igual al management político (gobernar con una incapaz). Un candidato puede vencer en una contienda electoral y, sin embargo, ser un desastre al día siguiente, cuando se enfrenta a la dura realidad de la gestión. Pero el progresismo que reinterpreta todo, la siniestra que llama presidente al tirano de Caracas, es una izquierda acostumbrada al libertinaje putillesco, al disfraz del día después. Así son nuestros dinosaurios izquierdistas. Hacen lo que quieren con sus promesas. ¡Palabra de caviar!