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El libro mas cercano que tenia era el de Oscar Hahn y su tema “El Arte De Morir” tratando de concentrarme en las líneas de este poeta y ensayista, deje llevar mi mente por los escondrijos de mis recuerdos y estos me trajeron el siguiente recuerdo
Hace poco estuve tratando de distraer mi mente y me sumergí en la lectura, para mi suerte, el libro mas cercano que tenia era el de Oscar Hahn y su tema “El Arte De Morir” tratando de concentrarme en las líneas de este poeta y ensayista, deje llevar mi mente por los escondrijos de mis recuerdos y estos me trajeron el siguiente recuerdo.
Tendría algo de 18 años y había un aire enrarecido por las sombras de la muerte, felizmente no se trataba de nadie cercano a mi, pero había un motivo por lo cual los pasillos oscuros de la muerte estaban muy cerca, se trataba de la muerte de una vecina del barrio, a la cual esa noche le iban a realizar una misa de cuerpo presente, yo al menos no estaba tan apesadumbrado solo con la tristeza de que murió la madre de un amigo; esa noche irían a la misa toda mi familia y un personaje muy especial, mi sobrino Luchito de escasos 9 años de edad, el era el hijo de mi hermana mayor y será parte importante en este relato.
Mis hermanas fueron a la misa incluyendo a Luchito y se sentaron justo detrás de los familiares de la difunta, yo preferí quedarme en la parte trasera cerca de la salida con mis amigos.
No llego a entender si Luchito estaba impresionado por ver delante un ataúd, al cual le rendían la misa o de verdad estaba preparando una de esas escenas tan comunes en los niños.
Inicio la misa el padre y todo iba mas o menos, hasta que los familiares de la difunta comenzaron a llorar; esto parecía que a Luchito le sonaba a reto, que quien puede llorar mas fuerte y se puso a llorar a voz en cuello, suspiro incluidos, ahogos tragada de saliva y todo lo que puedan imaginar, fue en ese momento la atención del dolor de todos los presentes a la misa, todos decían pobre niño cuanto la quería, como se sentirá el pobre, yo desde mi lugar observaba todo y de verdad me sorprendía de todo lo fuerte que podía llorar Luchito, entendiéndose que el ni siquiera conocía a la difunta. Tanto era el llanto de Luchito que el padre no podía continuar la misa, viéndose obligada mi hermana a enviármelo por el pasillo central; de verdad Luchito estaba inspirado, se merecía el Oscar, por tal actuación tan excepcional, caminaba despacio, lento, no paraba de llorar y todos sentían pena por su supuesto dolor y exclamaban frases de condolencia y sentir hacia el.
Cuando llego hasta mi, sus ojos estaban rojos, su boca reseca y su expresión que daba una pena tan grande que no podía llamarle la atención, se paro a mi lado ya un poco calmado y el padre continuo la misa, pero basto que a lo lejos escuchara un ligero llanto de los familiares de la difunta para que reinicie su actuación nuevamente; no tuve mas remedio que sacarlo cargado de la iglesia y la gente solo decía pobrecito cuanto sufre y el mas fuerte lloraba.
Una ves afuera, sentados en una banca del parque trate de entender que es lo que hacia Luchito, puse en práctica todos mis conocimientos Freudianos.
Y le dije con la delicadeza que mi juventud me había otorgado, “Oye mocoso de miércoles deja de llorar tu ni conocías a la Vecina como para que hagas tu teatro”, y el me respondió “que le paso a la señora, porque lloran todos por ella”.
Esa respuesta que a su ves era una interrogante, me hizo pensar estoy hablando con un niño de 9 años sobre la muerte, esto si bien es competencia de Freaud, mas cercano a la idea del mensaje seria hacer una analogía con Tolstoi, con esta idea pude comprender la intima necesidad, profunda e incontrolable que posee todo niño y que lo único que estaba haciendo Luchito era dejar que los demás comprendan sus emociones y que mucho se puede perder, por no prestarle la atención que creía merecer; expresaba su deseo de ser visto y atendido, llamando la atención aunque en el momento menos indicado y propicio, lo único que estaba clamando era atención y solo quería expresar un “hey, acá estoy”, “soy Luchito”, ”yo también siento”, ”yo también sufro”.
Me puse a jugar con Luchito, en el parque fuimos hasta la pileta y nos divertimos dándoles de comer a las palomas, tratando de ocupar esa atención que el reclamaba.
Tolstoi disfrutaba y gozaba presagiando su propia muerte y su póstumo reconocimiento que sus familiares tendrían que rendir, como si en vida todos los que lo rodearon no lo hubieran valorado, imaginar el llanto de los demás era un paliativo que satisfacía su ego, para dominar su inseguridad y su propio yo.
Así que cuando vean un niño llorar sin razón o motivo, traten de ver y entender su sentir.